martes, marzo 27, 2018

Nonsenses IV





           Le proponían un juego de palabras que abarcase todas las insatisfacciones.

Le retaban a que sus sueños tuvieran una redacción imposible acerca de un concepto que habitaba en un absurdo libro de autoayuda que le dejaron hace tiempo.

Y él colocaba, sin avisar, un pequeño prefacio y una parrafada, ya escrita, junto a un poema de un libro inacabado.

Sin dar más explicaciones a las características de haber sido un imbécil sentimental.

No las pidió (ya se encargaron de explicárselas).

No las había.

En realidad no había nada salvo una fachada cínica que no conducía a sitio alguno pero que siempre era válida para sobrevivir: un anticiparse a la burla o el desamparo.

Era todo.

Es todo.

            Ellos saben de su pobre actitud para las cosas perdurables, de su actuación cotidiana para subsistir, para no mostrar tanta mansedumbre, tanta cobardía.

Ellos saben de mundos irreales que nunca serán habitados por su incapacidad, por su indiferencia, por la atrofia de la partícula que mueve una parte oculta del corazón.

Ella sabe que la razón se antepone al sentimiento.

Él sabe que la amargura mancha y que el tiempo es un ladrón.

            Por esos tiznes que ensucian su ánimo, por tantas cosas que el tiempo le ha robado, por tantas citas perdidas y tantas palabras encontradas, es un imbécil sentimental.

Por necesidad.

Por terminar, aunque sólo sea en pequeñas píldoras, con las palabras que debe.

Por todo.



miércoles, marzo 21, 2018

Nonsenses III




Observó la manada junto a la puerta.

Si sabes pedalear, tengo una bicicleta para ti, le dijeron.
No contestó.

El equilibrio no era el analgésico recetado para encontrar mejoría, pero bien podría ser el placebo que encauzase la andadura.

Si te atreves a recorrer estas calles puedes elegir la que quieras, le insistieron.
Pero sólo supo levantar la mirada y preguntar en silencio si merecía la pena. Si el empedrado no partiría en mil las astillas de su esfuerzo.

Las calles no eran más que arterias necrosadas donde alguna vez fluyó vida. No era necesario caminar por el eco de los tejidos para darse cuenta que los restos del suelo eran líquidos anestesiados.

Rodar sobre la mugre era igual que abandonar a una amante de madrugada tras una discusión: efectista pero poco efectivo.
¿En qué lado de la discusión estuvo como amante?

Las calles no palpitaban.
Nunca volverían a rebosar luz, como aquel entonces, ni empujarían los cuerpos que las pisaban con la fluidez de un torrente.

Si montas comprobarás que no eres tan viejo como piensas, aseveraron.
Y ahora sí sonrió porque acababa de entender el motivo de aquel acto, la fibra de la cortina que tapó el escenario, la excusa no dicha para cercenar el único hilo que colgaba de la ilusión.

Era viejo, sí.
Pero sabía que nunca abandonaría el espacio de su recuerdo y, aunque fuera poco, adoptaría unas cuantas marcas escritas por ella.
Visitas documentadas a lo superficial, a los superficiales.
Fugaces recuerdos adosados a su tristeza rutinaria camuflada en seriedad.

Aunque aquella noche torpe, aquellos días enfermos, no hubiera sentido lo mismo por él: era una mujer poco vulgar. 

Volvió a sonreír, esta vez con una mirada infinitamente triste.

Dame la del sillín rojo.



domingo, marzo 04, 2018

Nonsenses II




¿Cuál es la diferencia entre literatura y realidad?
¿Qué deseo fuerza a lo inamovible a ser trasladado desde el principio hasta el repudio?

No hay fuerza que imagine el poder de lo ilusorio. Ni canción que lo interprete.

El puente más sólido entre las orillas de dos formas de vivir es aquel formado por las diferencias, aquel que se tiende cuando hay proyecciones.

El puente más frágil entre las orillas de dos formas de vivir es aquel formado por coincidencias, aquel que se rompe cuando las intuiciones derivan en catástrofes.

Boris dice que todo pudo haber sido mejor. Que en las situaciones siempre influye una buena dosis de mala suerte, un designio predicho cuyo final es imposible de modificar.

Desde aquella frase, que el eco se empeña en repetir como si fuese un mantra o un estribillo, la sentencia está dictada y poco importa ahora preguntarse porqué.

¿Esto no iba a ningún lado?

Los motivos sobran: ¿qué más dan?, ¿qué importan?, ¿a qué preguntarse nada?

¿Cuál es la diferencia entre literatura y realidad?
¿Qué deseo incitó el génesis o la equivocación pensando que todo iba a ser distinto, cuando todo era igual que siempre?

Cuando todo era igual que nunca y la maravilla del principio se transformó en la normalidad de siempre.
Cuando el príncipe se convirtió en rana y la princesa no quiso ser rescatada.

Esa fue la diferencia: la literatura nunca se convierte en realidad.

Y amaneció otra vez.
Y vivieron felices y comieron perdices.

Por separado.